L. d’Andratx a la revista Àncora (1961)
Me gustan los cuentos y me gustan además los cuentos infantiles. Me recrea la lectura de un cuento bien escrito, bien logrado. Vallverdú sabe escribirlos. Su aptitud quedó ya patente en las diversas obras que tiene publicadas de este género. ¿Por qué los cuentos son llamados “género menor” en el campo de la literatura? ¿Por su poca extensión? ¿Quién pretenderá medir la calidad de una obra por el número de sus páginas o el metraje de su historia? Absurdo. No obstante, ahí quedó clavado un nombre: “género menor”. No acepto el calificativo ni la clasificación. Entiendo que debe existir una diferenciación entre las obras literarias que se producen, teatro, novela, poesía, etc, pero, en cambio, no soy partidario de usar los términos mayor o menor para dejar encuadrados los grupos. Las dificultades para escribir un buen cuento son evidentes. Son poquísimos los escritores que se dedican a este género literario. De ser fácil, de ser verdaderamente un género menor, abundarían. Contados son también los escritores que se dedican a escribir historias para niños. Y no creo que las causas radiquen en un desprecio del tema, sino en un temor. ¿Dónde, aquel rincón del pensamiento, aquel reducto immaculado, que es preciso poseer, para hablar a los niños, para saber elegir las palabras que han de llegarles al corazón? El hombre maduro ha sufrido el azote de tantos vientos, que teme ya no saber moverse en el límpido ámbito de las bienaventuranzas. Por ello, quien desafía ese miedo y ese temor, merece toda mi admiración y mi respeto. Los escritores que escriben para los niños me parecen, -¿cómo diría yo?- algo mejores que el resto de los hombres, ya que su alma, un riconcito por lo menos de su alma, sigue y prosigue como en su infancia. Limpio de cicatrices y arañazos, con todo su poder de asombro, con toda la fuerza de su esperanza, íntegra su ilusión y sin grietas su preciosa facultad de maravillarse. Estas cualidades se evidencian, afloran, en la palabra escrita. Y es hermoso el constarlo.
Porque me gustan los cuentos abrí ya con ilusión el nuevo libro de J. Vallverdú, y además porque sabía del arte de Vallverdú para hablar a los niños, para hablar al corazón.
El venedor de peixos i Robí, los dos cuentos que integran el volumen, fueron para mi, tras su lectura, cumplida promesa. Dos cuentos en si distintos pero informados del mismo espíritu y fieles al mismo propósito. Vivificar las dos cualidades del mundo infantil: maravilla y ternura.
El venedor de peixos es la historia de una valerosa aventura que corren dos muchachos amigos en un hipotético pueblo del litoral catalán. Aventura de verdad, singular cruzada, bajo la bandera del arrojo, de la bondad y de la justicia. Limpios de corazón, los dos amigos se adentran en el confuso mundo de los mayores, para desentreñar el misterio de una canoa abandonada y de un náufrago herido. El torbellino del mundo si bien les azara y sorprendre con el espectáculo de la ambición y del odio, no acaba de herirles, ya que también les es dado encontrar, entre espinos y malezas, al héroe y defensor de la buena voluntad, de la justicia que ellos soñaron. La acción discurre rápida, trama y ritmo policíacos, y es conducida hasta el final con desbordante interés.
Robí es la historia de un perro mestizo, lobo y pastor pasajero de un avión abatido. Escrita amorosamente, pero sin sensiblería, el cuento es un homenaje de ternura al valor y a la fidelidad de Robí, símbolo de todos sus compañeros de raza.
Vallverdú cuida en sus cuentos tanto del ambiente como de los personajes, y con tal acierto, que el lector consigue, sin ningún esfuerzo, el hermanarse con la imaginada realidad, como si fuese tangible. Despliega Vallverdú en sus relatos un abundante y preciso léxico. Y su catalán, sin artificios, pero cuidado, resulta íntimo y brillante, de indiscutible calidad literaria.
Felicitamos cordialmente al autor y a la editorial Arimany, en cuya colección “Sant Jordi” ha pasado a ocupar un lugar de honor El venedor de peixos de nuestro admirado J. Vallverdú.