Josep Maria Cortés
El Noticiero (2.01.1984)
“En una reciente conversación Alan Yates me confirmó que todo intento de reconocer internacionalmente mi obra sería vano si no estaba traducido al inglés”, contaba Josep Vallverdú, Premio Nacional de Literatura Infantil 1983 y uno de los autores catalanes más prolijos de todos los tiempos. Autor de más de veinte novelas de aventuras, de inombrables artículos de caràcter cívico y de las inolvidables Proses de Ponent, Vallverdú és, muy a pesar de sus tics de solitario professor de instituto, uno de los escritores realmente leídos. Más de un millón de niños de toda España forman el pequeño-gran ejército de aparentes devoradores de cuentos entre los que se hallan auténticas perlas como Rovelló, En Roc drapaire, Els amics del vent y tantos otros con versiones originales en catalán y traducidos al castellano.
La visita de El Noticiero al escritor leridano tuvo un poco de ese tono pseudoelegíaco y muy cinematográfico que un “grafiti” al uso presentaría como la llegada del forastero curioso a la mansión rodeada de brumas en la que el profesor produce la misteriosa alquimia de su poesía.. Puiggròs, un pueblecito de las Garrigas se alza sobre un promontorio envuelto en la niebla que bordea todo el recorrido del Canal de Urgell y en una de sus cuatro casas Josep Vallverdú lee, escribe, traduce incansablemente y en su jardín de la trastienda hace también guiños volterianos según los usos de la huerta.
Su último premio tampoco ha conseguido distraerle demasiado y a sus sesenta años cumplidos sigue metido en libros de caballerías, esprando sin innecessarios pudores un reconocimiento internacional que le está vedado: “El mejor premio que he recibido es encontrarme en la lista de los optantes al Andersen”. Aunque de momento, para este galardón, el auténtico Nobel de Literatura Juvenil, parce que la administración ve con más fervor la candidatura de Ana María Matute.
Desde hace ya muchos años alterna su oficio de escritor con el de profesor del instituto de les Borges Blanques –“me retiraré como catedrático”- y cuando hable de extender su producción narrativa no olvida citar los inconvenientes horarios del funcionario. “El próximo otoño, aún a riesgo de que me expedienten, iré ala Feriadel Libro de Frankfurt para hacer de agente literario de mis obras”.
Las traducciones, a tanto el folio, han sido una curiosa forma de investigación filológica: “Recuerdo que la gran dificultad de la novela negra norteamericana, y en especial en autores como Hammett, es dar una versión en catalán de la variedad de tacos e interjecciones del “slang” tan peculiar de los policías y ladrones. He traducido al mismo tiempo libros de catecismo e historias eróticas, lo cual me permitía pasar del lenguaje de los accesos místicos a la prosa refrescante y mundana. Ahora estoy terminando una versión de La isla del tesoro y he comprobado que Stevenson era un auténtico poeta y que esta gran novela es básicamente escocesa”.
De lo que jamás renunciará es del catalán como medio de expresión creativo aun reconociendo su contumaz uso y abuso de selectos arcaísmos: “Mis lecturas siguen siendo los clásicos Bernat Metge, Anselm Turmeda, etc.”.