Jaume Pont
La Vanguardia, 27.10.1983
Después de veinticuatro novelas dedicadas a un espacio literario movedizo como es la literatura infantil y juvenil, después de un excelente libro de ensayos sobre el “beatus ille” leridano en Proses de Ponent (finalista del premio Josep Pla, 1969) y de los enciclopédicos ocho volúmenes de viajes de Catalunya Visió, en colaboración con el malogrado artista de la fotografía que fuera Ton Sirera, Josep Vallverdú ha creído conveniente abrir un poco las puertas de su propia personalidad en su último libro, Indíbil i la boira (Editorial Destino), de nuevo finalista del premio “Josep Pla” 1982 de narrativa. Un “strip-tease” personal que no pasa de ser un ejercicio extraordinariamente púdico y civilizado, como corresponde al hombre ilustrado que es Josep Vallverdú. Limitación voluntaria, qué duda cabe.
Entre la novela y las memorias
Infíbil i la boira es un libro que puede leerse como una novela como un ensayo, e incluso como una biografía o un libro de memorias, puesto que participa sincrónicamente de todos estos discursos. Predomina, sin embargo, la prosa biográfica y memorialística. Esta variedad de géneros se corresponde con un punto de vista narrativo de grata ductilidad expresiva. En este sentido, la primera persona casi siempre va ligada al ámbito más íntimo y confesional; la segunda persona ahonda en el autoanálisis introspectivo de orden filosófico y moral; mientras la tercera, como es obvio, se instala en el aspecto memorialístico y de crónica, y viene a cubrir los ecos reflectores y testimoniales de amplio calidoscopio social de los últimos cincuenta años.
El resultado de este viaje retrospectivo a las fuentes vitales del escritor y el hombre que es Josep Vallverdú concluye en Indíbil i la boira. Un cuadro, en definitiva, nebuloso e impreciso, teñido por el barniz del tiempo y sus recuerdos –de ahí la alusión del título-, que se proyecta preferentemente sobre el marco de Lleida, su ciudad natal, y “Les Terres de Ponent”, término acuñado per Vallverdú.
El libro permite acceder a la visión del mundo del escritor, una visión marcada por el voluntarismo, el racionalismo pragmático y el cuño fenomenológico. El resultado es el autoanálisis de un hombre alejado de cualquier exceso metafísico, afecto a la individualización, la soledad y el escepticismo como postura moral; un hombre que une a su dimensión naturalista y rural la impronta del ilustrado que tiene en la razón y la inteligencia su signo inequívoco de progreso. Esta biografía interior se complementa con una pormenorizada biografía literaria. Dos constantes en este punto: las dos palabras mágicas de Josep Vallverdú: oficio y profesionalidad. Y consciencia de los límites del escritor. El mismo Vallverdú reconoce que cuando escribe no tiene otra pretensión que la discreta honestidad de una literatura basada en el humanismo, la comunicabilidad, el sesgo moral, el didactismo y la capacidad lúdica de diversión o misterio. Una honestidad nada fácil, por supuesto.
Crónica de la realidad catalana
Quizá las mejores páginas de Indíbil i la boira se encuentren en la visión nebulosa que nos describe la voz del niño que fuera J. Vallverdú: los recuerdos de su retorno a Lleida tras el cruento bombardeo de 1937, la emocionada descripción de la muerte de su madre, el encarcelamiento de su abuelo paterno, etc. Ahí el lector encontrará no pocas anécdotas personales y colectivas de la crónica histórica de Lleida y de la realidad catalana que precedió y siguió a la guerra civil. La catalanidad y el razonado fervor nacionalista de Vallverdú se extienden a la resistencia política y cultural de los difíciles años de postguerra. Estas constantes temáticas, junto a algunas escenas ciudadanas de Lleida, algún que otro cuadro costumbrista y una serie de aproximaciones o perfiles de lo que él denomina “homenots ponentins”, a la manera de Pla –a destacar el de su malogrado amigo Ton Sirera-, configuran el entorno básico de Indíbil i la boira.
Lacónico de expresión, equilibrado, de una pulcritud léxica y sintáctica que roza la perfección. Vallverdú tiene en la acidez de su escepticismo y la refinada ironía de su humor el contrapunto crítico ideal de una confesión, la suya, que quiere ser el testimonio de una aventura personal y colectiva.