Alfonso García
Diario de León (15.12.1985)
“Tal vez –se lee en la obra- el sentido de la aventura sea sólo este: actuar, vivir con intensidad unos momentos, ver como gentes y paisajes desfilan ante uno mismo y… después, nada”.
La aventura, en su sentido más trepidante, imprevisto y sugestivo, al estilo de Stevenson, es la base argumental de esta novela, sin final redondo o feliz, al menos en parte, lo que hace el lector apoyarse en la más genuina concepción del comportamiento humano, que nunca responde matemáticamente a planes establecidos.. Y es esto precisamente lo que hace de La isla amarilla (Noguer, 1985) una novela con todos los ingredientes del género de aventuras.
Un nutrido grupo de jóvenes lectores siente predilección por los libros de aventuras. Exigen como cualidades fundamentales la acción, la intriga y lo imaginativo. La primera está apoyada, en este caso, en un argumento rápido, original y sugestivo: un barco explota en alta mar y dos de sus ocupantes, Norbert el contramestre, y Abel, un joven polizonte, logran nadar hasta una isla cercana y aparentemente desconocida y habitada sólo por legiones de monos. Pero un día, mientras las exploran, se ven rodeados de indígenas que los conducen hasta el poblado. Allí, el jefe de la tribu les conmina a marcharse en seguida y, sobre todo, a que no se acerquen al río pues desaparecerían de inmediato, como ha sucedido con algunos nativos del poblado. Abel encuentra extraña esta actitud y descubre que un grupo de hombres blancos, sin ningún tipo de escrúpulos, està explotando una mina de oro. –de ahí el título La isla amarilla-, esclavizando a los indígenas que habían desaparecido.
La intriga, basada, como es lógico, en el desarrollo argumental, no sólo es constante, sino creciente, pues nunca mejor que ahora se juega con lo imprevisto; nos sorprende, en una gama asombrosa de situaciones, con las reacciones menos pensadas por el lector y por caminos insospechados por los que en determinados momentos discurre la trama. Esto da a la lectura vivacidad, impacto, frescura.
Lo imaginativo se diferencia de lo fantástico en que debe aparentar ser real o, al menos, poder serlo. Para ello se necesita, además de la propia imaginación, una gran dosis de capacidad narrativa y un amplio abanico de conocimientos, en este caso de terminología marina, vegetación y fauna de una isla que, aunque imaginaria, se situaría en un punto del Ecuador… La novela, por ello, gana con la inclusión de algunas descripciones, detallistas, minuciosas y sensoriales, que le dan un cierto carácter exótico.
Josep Vallverdú, un ilerdense que ha escrito mucho para jóvenes, es “un autor de vocabulario rico y prosa eficaz”. Con tono relajado y simpático a veces, escribe La isla amarilla utilizando un lenguaje rico, culto y actual, apoyo válido para el ritmo trepidante de la acción.